miércoles, 30 de abril de 2014

Acoso telefónico a mujeres migrantes: normalización e impunidad "Dime quién eres” En red, Reportaje, Violencia machista

El acoso telefónico es una de las prácticas de control y miedo más utilizadas tanto por acosadores como por exparejas. La impunidad y la falta de denuncias y sentencias condenatorias convierten el acoso en algo invisible y casi gratuito. Un grupo de mujeres que sufrieron acoso por parte de un mismo hombre durante un año llevaron a juicio a su acosador. Resultó culpable. ¿Su condena? Una multa de 70 euros. A Carla su acosador le envió mensajes durante casi diez años. Ella denunció y ganó el juicio. Él, después de cumplir una orden de alejamiento de 6 meses, volvió a la carga.


“La primera vez, yo estaba durmiendo en casa de mi prima Idoia. Llamaron a mi teléfono y empezaron a jadear y a decir cosas que me dejaron el estómago encogido. Cosas sobre la ropa que había llevado aquella noche, el escote, los pechos, mi culo… Todo. Eran las cuatro de la mañana y acabábamos de volver de fiesta y meternos en la cama. Estábamos solas en casa. Colgué después de preguntar unas 20 veces quién era. La voz estaba distorsionada y me llamaba por mi nombre mientras jadeaba. Me puse muy nerviosa. Me asusté. Al rato llamaron al teléfono de Idoia. La misma operación… Fuera quién fuera sabía que estábamos juntas. Nos conocía a las dos. El número aparecía oculto. Esa noche dormimos juntas en la misma cama para sentirnos más seguras. Cerramos la puerta con llave. Nos asustaba pensar que sabía que estábamos en casa y juntas”.
Durante un tiempo sospecharon de todo el mundo. Si estaban solas o volvían a casa de noche, miraban hacia atrás con recelo. Tenían miedo. Desconfiaban incluso de gente conocida. Les daban escalofríos las miradas de desconocidos

El sábado siguiente, Idoia P. y Laura A. salieron por la misma zona y con la misma gente. Cuando llegaron a casa, se repitió la llamada. Primero, a Laura. Después, a Idoia. Más jadeos, más miedo. Las llamadas se repitieron durante un año de forma intermitente. Nunca supieron de quién se trataba. Nunca han sabido quién jadeaba mientras repetía sus nombres. No se atrevieron a denunciar. Durante un tiempo sospecharon de todo el mundo. Si estaban solas o volvían a casa de noche, miraban hacia atrás con recelo. Tenían miedo. Desconfiaban incluso de gente conocida. Les daban escalofríos las miradas de desconocidos. Las dos cuentan que hubo gente que restó importancia a aquellas llamadas nocturnas. Estas dos bilbaínas tenían apenas 20 años cuando pasó. Hoy, con 31, Laura lo recuerda con indignación: “¿Por qué no hicimos nada?”
Ane sí lo denunció y sí llegó a saber quién era. Se trataba de un compañero de un curso de diseño gráfico. “Las llamadas eran constantes, repetitivas y estaban hechas desde un número oculto. Al principio, llamaba y se quedaba callado; más tarde comenzó a gemir. Se masturbaba. Duró un año y medio”. Ane prefiere no dar su apellido y quiere olvidar este episodio que ha vivido con mucha impotencia.
Un despiste del acosador (no ocultó el número) hizo que Ane lo descubriera. Después, supo que no era la única: dos mujeres más del mismo círculo estaban sufriendo acoso telefónico por parte del mismo hombre. Se unieron las tres, denunciaron y ganaron el juicio. La condena por acosar telefónicamente a tres mujeres durante años fue de 70 euros.

Ante la sentencia, las mujeres que sufrieron el acoso decidieron hacer una denuncia pública en la que relatan su historia*. Ane dice que todavía es imposible cuantificar el número de chicas acosadas: “Siete apoyan el comunicado, pero me han contado unos 10 casos. Cuando denunciamos, supimos que había denuncias anteriores a la nuestra”.
Carla también denunció
“Además de retrasada eres una ridícula ;) Todos se ríen de ti, jaja. Dedícate a pedir propinas y a comprarte colonia, que siempre olías mal (…) jaja…”
Este es uno de los miles de mensajes que han perseguido a Carla durante casi una década. Todo empezó en la universidad. “La locura de los mensajes, en 2005. En el juicio, le impusieron una orden de alejamiento de 6 meses. La respetó y, después, me volvió a escribir. Ya le he bloqueado varios números diferentes, y ahora me manda mensajes de vez en cuando. El último fue antes de la Navidad”.
“Un día me escribió diciendo que me había visto en un bar y que no se había acercado. Está tan obsesionado conmigo que igual un día se le va la olla y me hace algo”
En su caso, la multa que pagó el acosador fue de 600 euros. Los días posteriores al juicio le escribió: “Y si al final hay que pagar, no pasa nada, son dos pesetas y siempre te pueden venir bien”.
Carla explica que durante todos estos años ha sentido “impotencia, rabia y crispación cada vez que recibía un mensaje. Ha habido momentos que me enviaba hasta 5 al día”.
Todas las entrevistadas coinciden en haber sentido miedo en algún momento. “Un día me escribió diciendo que me había visto en un bar y que no se había acercado. Está tan obsesionado conmigo que un día se le va la olla y me hace algo”, explica Carla.

Una de las cuestiones más duras para ella fue pasar por el trago de verle cara a cara en el juicio. “Estaba acompañada de mi pareja, mi expareja y los dos abogados. Estuvimos muchísimo tiempo esperando a que empezara el juicio y tenerle enfrente, con esa sonrisa en la cara… No está bien que en un caso de estos tengas que ver cara a cara a la persona que te acosa”, denuncia Carla. Ane, por su parte, se encuentra con su acosador por el barrio: “Él, desafiante, no aparta la mirada”.
Ane dejó de recibir llamadas. Carla no ha conseguido que la deje en paz.
“Oye, no seas tonta. Ahora no tengo novia. Nos lo vamos a pasar bien.” Este es otro de los mensajes que Carla ha recibido durante todo este tiempo. Lo más duro es asumir, según expresa, que una persona entre en tu vida “para humillarte y molestarte y tú no puedas hacer nada para evitarlo”.
Alguna vez le han recomendado cambiar de número para evitarlo. “A lo mejor estoy equivocada, pero no entiendo por qué soy yo la que tengo que cambiar algo de mi vida cuando el problema lo tiene el otro, en vez de que alguien haga algo para que este tipo deje de molestarme. Es decir, te pasan la responsabilidad de dejar de recibir mensajes a ti”.
En el juicio solo sirvieron como prueba los mensajes de los dos últimos años y tampoco tuvieron en cuenta la declaración de la expareja de Carla. Para ella, uno de los agravantes de la situación era evidenciar que el acoso se había alargado en el tiempo, pero no fue posible. “Eso denota que esa persona tiene una obsesión conmigo y es lo que me hace sentir que un día podría pasar algo”. “El juicio consistió en probar si yo le había dejado claro en algún momento que no quería hablar con él, y ver si en sus mensajes había insultos o humillaciones”, concluye Carla.

Acoso telefónico a mujeres migrantes: normalización e impunidad

Sortzen, consultora especializada en violencia de género, desarrolló una investigación sobre agresiones sexuales y cómo se conciben en la sociedad. Se creó entonces un grupo de discusión de mujeres migrantes y una de las conclusiones que extrajeron era que una de las tres agresiones más comunes que ellas sufrían era el acoso telefónico “a las mujeres que se anunciaban para ofrecerse en trabajos domésticos u otro tipos de anuncios callejeros o en prensa”.
Llamadas obscenas, jadeos, invitaciones sexuales y propuestas como “Hazme las tareas de casa desnuda”, “Limpia en mi casa, pero en ropa interior”, “Te contrato si te acuestas conmigo”
Norma Vázquez, psicóloga y directora de Sortzen, asegura que “existe impunidad en el acoso telefónico y una normalización peligrosa. Parece que no pasa nada porque existe la falsa creencia de que tienes el control porque puedes colgar el teléfono” .

Llamadas obscenas, jadeos, invitaciones sexuales y propuestas como “Hazme las tareas de casa desnuda”, “Limpia en mi casa, pero en ropa interior”, “Te contrato si te acuestas conmigo”. Todo esto salió en el grupo de discusión organizado por Sortzen. Además, muchas de las mujeres no podían cambiar el teléfono por el coste y por estar ligado a sus trabajos y medio de vida y, en algunos casos, por no tener papeles.
“Se olvida que una tiene derecho a que no se metan en su intimidad, en su teléfono móvil, en su derecho a comunicarse en libertad”, explica Vázquez. “Hay situaciones de acoso telefónico en las que la acosada pasa verdadero pánico”.

En Sortzen consideran que la solución pasa por la denuncia. “Se deben poner denuncias y saturar los juzgados si hace falta para que algún día la sociedad entienda que estos comportamientos no son tolerables. La denuncia pública también es fundamental para generar una opinión y que se sepa que esto genera molestia, miedo y, a veces, pánico”, dice la psicóloga, quien lamenta que mucha gente entienda estas llamadas como juegos, como un piropo: “No tiene porqué aguantarlo ninguna mujer”.
 Lee la ‘Denuncia pública de las agresiones y del acoso ejercido por David Reguilón Pérez, alias Ras Reguilón, a muchas de nosotras’
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