Los hombres han de incorporarse a la erradicación de la violencia de género
O se hace algo para acabar con la injusticia o se está haciendo para que continúe”
Nunca han faltado hombres en las grandes revoluciones con
independencia de su condición y de las circunstancias: ha habido hombres
blancos luchando contra el racismo, aristócratas en las revoluciones
del pueblo, hombres cercanos al poder contra las dictaduras, militares
contra los golpes de Estado, hombres heterosexuales frente a la
homofobia…. En cambio, apenas hay hombres en la erradicación de la
desigualdad y en la lucha contra la violencia de género.
Y no es casualidad.
La gran mayoría de los hombres están contra la violencia de género
cuando se conoce su resultado, pero para que éste sea conocido tiene que
haber adquirido una intensidad capaz de superar las paredes y el
silencio que habitualmente la envuelve. Sin embargo, la gran mayoría de
los hombres está ausente en todo ese antes que conduce al golpe y a la
agresión que luego critican.
Y no es casualidad.
Estar en el camino que termina en la violencia es estar contra la
identidad masculina y contra la cultura que la moldea con el barro de la
desigualdad. Una cultura que hace sociedades donde los hombres ocupan
una posición de referencia y poder, y en las que la propia condición
masculina les otorga una serie de valores superiores a los de las
mujeres. No hay que irse muy lejos para encontrar un ejemplo en las
palabras del exministro Arias Cañete respecto a la “superioridad
intelectual de los hombres”, no digamos ya si nos vamos al valor de la
fuerza, la competitividad, la razón, el enfrentamiento, el carácter, la
decisión… entonces vemos cómo toda esta vida está preparada, según ese
modelo, para el liderazgo “natural” de los hombres, y para que la
“limitada capacidad” de las mujeres se desarrolle con plenitud dentro
del hogar por medio del cuidado, el afecto y el cariño.
Pero como las mujeres son “malas y perversas”, tal y como rezan los
mitos de esa cultura, se vuelven rebeldes y osadas con el tiempo, de ahí
que haya que controlarlas e incluso corregirlas por medio de la
violencia cuando la situación lo exija. La insumisión se corrige
volviendo a la sumisión… recordemos el
Cásate y sé sumisa
editado por el Arzobispado de Granada. Y si la corrección violenta no da
resultado, entonces llega el castigo a través de un mayor grado de
violencia.
Y todo esto no es casualidad.
La desigualdad genera un espacio de ventajas y privilegios para los
hombres por el hecho de ser hombres, y la mayoría se siente incómodo
cuestionando el sistema que lo hace posible y su papel dentro de él.
Unos por lo que perciben como “pérdidas”, valga como ejemplo, además de
la recompensa que supone la presencia de hombres en la mayoría de los
puestos de poder, el resultado del Barómetro del CIS de abril de 2014,
que muestra cómo las mujeres dedican al día un 97,3% más de tiempo a las
tareas domésticas y los hombres tienen un 34,4% más tiempo de ocio.
Otros hombres, por el contrario, se sienten incómodos por la
“desorientación” que les provoca salirse de las referencias rígidas e
históricas que construyen esa masculinidad dominadora, sin encontrar una
forma diferente de ser hombre, ausencia de modelo alternativo nada
casual.
La violencia de género es un instrumento más para organizar e imponer
la convivencia sobre los valores e ideas que brotan de la desigualdad,
por eso, a diferencia de otras violencias interpersonales, su objetivo
esencial es controlar y dominar a la mujer; esa es la razón por la que
los episodios se repiten y por lo que entre cada una de las agresiones
el control continúa a través del rechazo, la crítica, el menosprecio o
la humillación. Toda esta estrategia busca el aleccionamiento e
introducir el miedo y el terror en las mujeres, para que recuerde qué
puede ocurrirle ante la negativa u oposición a seguir los mandatos del
maltratador, y hacer, de este modo, más efectivas las amenazas que
lanzará ante la más mínima contrariedad. Y cuando esta estrategia de
control fracasa, es cuando se produce el homicidio bajo el argumento
posesivo del
“mía o de nadie”.
La pasividad de los hombres ante esta violencia que ejercen otros
hombres contra las mujeres no es casualidad, y llega a ser cómplice. Los
hombres violentos utilizan al resto de los hombres para justificarse en
su conducta, dicen hacerlo por todos y ante las “malas mujeres” que “no
quieren aprender o que les llevan la contraria”, por lo tanto, si el
silencio es el único que toma la palabra y la distancia es lo más cerca
que se está del problema, se les estará dando la razón y ellos
continuarán con sus lecciones de violencia a domicilio.
Es por ello que los hombres tienen mucho que reflexionar y más que
cambiar sobre esa identidad masculina “made in macho” y las
consecuencias que se derivan de ella. No se trata de pedirles que dejen
de ser hombres, sino que sean más hombres, y ello significa romper el
anclaje absurdo y caducado de la hombría dominante para incorporar
valores y elementos que destaquen el componente humano sobre el elemento
primitivo de la fuerza y la violencia. Hace unos días conocimos la
noticia sobre cómo los neandertales diferenciaban algunas tareas por
sexo, el problema no es que ellos lo hicieran, sino que 40.000 años
después algunos se empeñen en comportarse como neandertales.
Los hombres tenemos que incorporarnos a la Igualdad y a la
erradicación de la violencia de género. No hay posiciones neutrales ante
esta realidad, o se hace algo para acabar con la injusticia que supone,
o se está haciendo para que continúe. Y para ello los hombres
necesitamos construir nuestra identidad sobre nuevas referencias que
lleven a convivir en igualdad sobre valores y sentimientos compartidos,
no sobre gestos y acciones individuales que luego se impongan a las
mujeres y al resto de la sociedad.