Hace unas semanas circuló por las redes sociales una conmovedora
imagen de mujeres israelíes acompañando a sus vecinas palestinas a darse
un baño en el mar, posibilidad de la que ellas carecen en sus
territorios. La escena no tendría nada de particular si no fuera porque
las mujeres judías estaban cometiendo una ilegalidad, consecuencia de la
férrea dominación que el sionismo ejerce sobre la población y los
territorios de Palestina.
La acción no sorprende tampoco teniendo en cuenta que esa región ya
vio nacer al movimiento denominado Mujeres de Negro, grupo surgido en
Israel en 1988, que protestaba semanalmente contra la violación de los
derechos humanos del ejército israelí en territorio palestino. De ahí
derivó un movimiento internacional pacifista y feminista de denuncia de
las injusticias relacionadas con los conflictos armados en todo el
mundo.
Si hay un conflicto doloroso y enquistado en el mundo (de entre
aquellos que reflejan los medios de comunicación), ése es el que
enfrenta a esas dos naciones vecinas de Oriente Próximo y que tiene sus
orígenes en el final de la Primera Guerra Mundial.
A primera vista, parece que los esfuerzos de esas mujeres parecen
insignificantes ante la magnitud del desafío de remover siquiera la
superficie del cenagal en que se hunde continuamente cualquier
expectativa de avance en este contencioso. Y, si a pesar de todo renace
la esperanza una y otra vez, será porque la esperanza es hermana del
deseo y el deseo es lo que nos mueve. Y el deseo de estas mujeres es el
de una vida en paz y de convivencia entre diferentes y ellas están
abriendo camino.
Al hilo de esta reflexión, resulta muy clarificador cierto mensaje
que el papa Francisco dirigió el verano pasado a los movimientos
populares de Bolivia. Refiriéndose a los “procesos de cambio”, expresión
que decía haber escuchado en ese país, añadía: “Me gusta tanto la
imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar
serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por
ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados
inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios”.
A quienes obran así los denominaba “sembradores del cambio”, que
“trabajan en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una
perspectiva más amplia, protegiendo la arboleda”.
La clave está, entonces, en sembrar procesos y proteger los brotes.
Así funcionan esas pequeñas acciones, aparentemente insignificantes,
como las de estas mujeres israelitas, o las Mujeres de Negro. Muy
diferente a lo que nos propone la visión cortoplacista de los partidos
políticos.
El arrojo de estas mujeres nos enseña que, para la resolución de
cualquier conflicto, son imprescindibles “paciencia histórica” audacia,
un impulso desinteresado y ser capaces de ir más allá de los prejuicios
hasta llegar al encuentro entre las personas antagonistas y (¿Por qué
no?) trabajar la mutua estima. Y es que –siguiendo con el discurso del
papa- “ni los conceptos ni las ideas se aman; se aman las personas”.
Mertxe A. Ibarruri
2016-2-28
Durangon
http://www.durangon.com/opinion/sembradoras-del-futuro/
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