La autora expone la necesidad de que el periodismo señale cómo las relaciones de poder intervienen en las agresiones sexistasMedios de Comunicación, Opinión, Prostitución, Violencia de género, Bilbao, Martes 4 de junio de 2013, por June Fernández
Un maestro de artes marciales ha dejado en coma a una mujer prostituida inmigrante en Bilbao
Bilbao,
04 jun. 13. Píkara Magazine/AmecoPress.- Un hombre ha dado una paliza a
una mujer en Bilbao, dejándola en coma. Además, la policía ha
encontrado restos del cadáver de otra mujer en el gimnasio que el
agresor regenta. La prensa cuenta también que el hombre ha confesado
haber asesinado a otra mujer la semana pasada. En el tratamiento dado
por dos periódicos muy diferentes, El Correo y Naiz, llama la atención
que ambos han contado que el agresor es un maestro de artes marciales.
En cambio, mientras que El Correo ha detallado que la mujer que está en
coma es una prostituta de origen africano, Naiz ha optado por obviar
ambos datos. Intuyo que no porque no los conociera, sino porque
probablemente quien escribió la nota consideró que el único dato
relevante, que explica la agresión, es el hecho de que la víctima fuera
mujer.
Decir
sólo que era “una mujer” invisibiliza las situaciones específicas que
viven ‘las otras’, las que quedan excluidas del sujeto singular ‘mujer:
las negras, las inmigrantes, las trabajadoras del sexo…
Ayer
un amigo me planteó que le preocupaba que destacar que la mujer es
africana y prostituta desviase la atención sobre que se trata de una
agresión machista, y que propiciase el amarillismo. Yo le contesté que
me parecía bueno dar esos datos como forma de enmarcarlo en unas
relaciones de poder determinadas. También le dije que, frente a la
tendencia de reducir la violencia de género a los asesinatos de mujeres
en el contexto de la pareja, me parecía positivo hablar de violencia machista en otros contextos.
Para
aclarar ideas, hoy he abierto el debate en mi muro de Facebook. A
continuación publico, con su consentimiento, algunas opiniones que
resumen en gran medida lo que quiero exponer en este artículo:
María Almansa Sánchez: Yo creo que no da igual, porque le pegaron por mujer, por negra y por prostituta, son tres cosas a visibilizar.
Ander Izagirre:
Si el hecho de ser inmigrante y prostituta supone una posibilidad mayor
de ser agredida, de ser más vulnerable, eso hay que explicarlo. Hay que
llamar la atención sobre ese hecho.
Carmen Romero Bachiller:
Creo que la cuestión es aclarar lo invisibilizado. ¿Por qué se nombra
el hecho de que sea prostituta y negra y no se dice que el maestro de
artes marciales tiene nacionalidad española y es blanco? ¿El hecho de
que se identifique a la víctima como prostituta y negra la deshumaniza
de alguna forma y matiza su estatus de víctima? ¿Cómo se construye la
“humanidad” del profesor de artes marciales en contraposición? Quizá se
podría incidir en la categorización, pero responsabilizándonos de ella,
quiero decir, la forma en que el hecho de que sea negra y prostituta
intersecta con el hecho de ser mujer y cómo eso la construye como menos
relevante en una sociedad racista y sexista.
Juncal Martínez de las Heras:
Creo en la necesidad de visibilizar la prostitución, porque me parece
terrible que se busquen víctimas invisibilizadas: no es lo mismo ponerte
a matar a clientes del gimnasio que a prostitutas invisibles.
Joana García Grenzner:
En este caso tanto el origen como la profesión son relevantes, porque
explican su mayor vulnerabilidad a la violencia machista: por las
barreras de la ley de extranjería, por un lado, y por la estigmatización
y la indefensión que viven muchas prostitutas (paradójicamente, desde
la visión salvacionista). Y estos factores deberían abordarse de alguna
manera en el texto. Otra cosa sería destacar, en caso de que el agresor
fuera migrante, su origen en el titular, porque implícitamente se
relacionaría el hecho de ser de otro país con la predisposición al
machismo, como suele pasar. O decir que las migrantes son más
vulnerables a la violencia porque vienen de culturas machistas….
Como
dice Ander, el papel del periodismo consiste en explicar a la
ciudadanía qué está pasando y por qué. Por tanto, no se trata sólo de
informar sobre crímenes machistas, sino de aportar datos y reflexiones
que permitan a las personas entender por qué la violencia contra las
mujeres es un problema social estructural. Un elemento fundamental para
explicar la violencia son las relaciones de poder. A menudo se retrata a
los agresores como seres con impulsos incontrolables, que mataron o
violaron en un arrebato. Pero, como dice Juncal, si la violencia no
tuviera que ver con esas relaciones de poder, el maestro shaolín podría
haberla tomado con algún cliente que no pagase su cuota mensual. ¿Es
casual que, por lo que sabemos, haya elegido como víctimas a mujeres,
que además son inmigrantes y se dedican a una profesión estigmatizada?
Como dice Carmen, lo cierto es que las vidas de estas mujeres, en una
sociedad sexista, clasista y racista, son menos relevantes, valen menos.
De
la misma forma que importa que las víctimas fueran mujeres,
inmigrantes, negras y prostitutas, importa que el agresor sea hombre,
autóctono, blanco y empresario. De la misma forma que todas las mujeres
estamos expuestas a ser víctimas de violencia machista, pero elementos
como la procedencia o el color de la piel implica mayor vulnerabilidad e
indefensión, hay que recordar que no existe un perfil de agresor
(contra el prejuicio de que se trata básicamente de inmigrantes,
toxicómanos o locos), pero que cierta posición social puede acentuar el
desprecio hacia las personas que considera inferiores, y le situará en
posición de ventaja en un proceso judicial.
¿Qué
ocurre? Que medios como El Correo no explican esas cosas, sino que el
enfoque, como ocurrió como Diego Yllanes, asesino de Nagore Laffage, o
en el del atleta Pistorius, se reduce a “cómo es posible que un hombre
de bien resulte ser un asesino”. Cuando nos hacemos esa pregunta
obviando el machismo (reforzado por el racismo o el clasismo), las
respuestas suelen llevar a reforzar prejuicios e incluso justificar al
agresor. En el caso de Yllanes, escuchamos que Nagore amenazó con
destrozar su carrera y el pobre psiquiatra se asustó y reaccionó
quitándosela de encima. En las tertulias televisivas se habló de que
Pistorius tal vez estuviera acomplejado por su discapacidad. Cuando los
medios no encuentran una explicación peregrina de este tipo, queda el
comodín: la enfermedad mental o la psicopatía, como ocurrió con Jose
Bretón, “el monstruo de las Quemadillas”.
El
despiece de El Correo sobre el agresor empieza con esta frase: “Nada
parecía indicar que Juan Carlos Aguilar podía ser algo más que un
respetado maestro shaolín”. Y termina así: “Ahora hay que averiguar el
motivo que llevó a este monje guerrero, que en la época de la entrevista
decía practicar la castidad, a maniatar a una prostituta en un gimnasio
en el que, al parecer, guardaba restos humanos. Lo que está claro es
que, en algún momento, se desvió del iluminado camino del monje
guerrero”. En el debate en mi Facebook, Ander comenta: “Justo lo dijo el
otro día Lucía Martínez Odriozola: cuando lee un texto que empieza así,
piensa que las apariencias no indican nada y que esos comentarios son
una mierda”.
Y
si el miedo de decir que la víctima era prostituta y africana es que
despierte menor indignación y movilización social, el reto será hacer un
periodismo que denuncie la existencia de ciudadanas de primera y de
segunda
Es imprescindible que las y los
periodistas revisen sus propios prejuicios. Hace unos minutos he
hablado en calidad de integrante de SOS Racismo con una redactora, que
me ha preguntado, al hilo de este caso, sobre la situación de las
mujeres inmigrantes que se dedican a la prostitución. Estaba muy
interesada en hablar de mafias. A mí me parece que hoy toca hablar de
los machistas autóctonos. No ha sido una mafia nigeriana la que ha
dejado a esta mujer al borde de la muerte. No son las mafias las únicas
responsables de que una mujer negra, inmigrante y prostituta sea un
blanco fácil de agresiones.
Desde
el asesinato de Ana Orantes, caso que siempre se cita como punto de
inflexión, la violencia machista se considera noticia. Esto es un avance
importante. Pero la única forma de que la ciudadanía entienda por qué
un asesinato de una mujer a manos de un hombre es un fenómeno diferente
que el de un hombre asesinado por una mujer, es relacionar los crímenes
machistas con el resto de formas de desigualdad de género,
discriminación y violencia sexista. Mostrar que son esas pequeñas
agresiones machistas cotidianas que pasan desapercibidas, cuando no
normalizadas y promovidas, las que explican que vivimos en una sociedad
en la que asistimos a un goteo incesante de mujeres asesinadas por
hombres. No me extraña que se hable de “la lacra” de la violencia de
género, como si se tratase de una epidemia que hemos tenido la desgracia
de padecer, pero que no sabemos ni por qué ha aparecido, ni cómo se
extiende, ni mucho menos cómo erradicarla.
Y
en ese trabajo de explicar la violencia machista, es importante tener
una perspectiva interseccional. La consigna de que lo único importante
es que los agresores son hombres y las víctimas mujeres, no contribuye a
entender las relaciones de poder que intervienen. Y decir sólo que era
“una mujer” invisibiliza las situaciones específicas que viven ‘las
otras’, las que quedan excluidas del sujeto singular ‘mujer’: las
negras, las inmigrantes, las trabajadoras del sexo, las trabajadoras del
hogar, las diversas funcionales, las ancianas, las transexuales.
Y
si el miedo de decir que la víctima ejercía la prostitución y era
africana es que entonces sea percibida como una de “las otras” y por
tanto provoque menor empatía, indignación y movilización social, pues
ahí nos encontramos con otro reto, hacer un periodismo que denuncie la
existencia de ciudadanas de primera y de segunda categoría (y de
personas a las que incluso se les niega la condición de ciudadanas). Que
hable de la realidad de las mujeres en situación de exclusión social,
pero no reduciéndolas a pobres víctimas, sino mostrándolas como sujetas
de derechos. Un periodismo que, en vez de dedicarse a humanizar a los
agresores, ponga cara y dé voz a las víctimas.
El
Correo acaba de publicar que la mujer que está en coma se llama Ada y
tiene 29 años. Sigue muy grave. Cuando las víctimas de violencia
machista importen como han importado otro tipo de víctimas en nuestro
país, cuando periódicos de referencia como El Correo se tomen en serio
su papel en la construcción de una sociedad libre de sexismo, de la
misma forma que se implicaron contra el terrorismo, tal vez el fin de de
la violencia machista esté más cerca.
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