miércoles, 5 de junio de 2013

¿Hay que contar que la víctima es prostituta y africana?

La autora expone la necesidad de que el periodismo señale cómo las relaciones de poder intervienen en las agresiones sexistasMedios de Comunicación, Opinión, Prostitución, Violencia de género, Bilbao, Martes 4 de junio de 2013, por June Fernández



Un maestro de artes marciales ha dejado en coma a una mujer prostituida inmigrante en Bilbao 

Bilbao, 04 jun. 13. Píkara Magazine/AmecoPress.- Un hombre ha dado una paliza a una mujer en Bilbao, dejándola en coma. Además, la policía ha encontrado restos del cadáver de otra mujer en el gimnasio que el agresor regenta. La prensa cuenta también que el hombre ha confesado haber asesinado a otra mujer la semana pasada. En el tratamiento dado por dos periódicos muy diferentes, El Correo y Naiz, llama la atención que ambos han contado que el agresor es un maestro de artes marciales. En cambio, mientras que El Correo ha detallado que la mujer que está en coma es una prostituta de origen africano, Naiz ha optado por obviar ambos datos. Intuyo que no porque no los conociera, sino porque probablemente quien escribió la nota consideró que el único dato relevante, que explica la agresión, es el hecho de que la víctima fuera mujer.
Decir sólo que era “una mujer” invisibiliza las situaciones específicas que viven ‘las otras’, las que quedan excluidas del sujeto singular ‘mujer: las negras, las inmigrantes, las trabajadoras del sexo…
Ayer un amigo me planteó que le preocupaba que destacar que la mujer es africana y prostituta desviase la atención sobre que se trata de una agresión machista, y que propiciase el amarillismo. Yo le contesté que me parecía bueno dar esos datos como forma de enmarcarlo en unas relaciones de poder determinadas. También le dije que, frente a la tendencia de reducir la violencia de género a los asesinatos de mujeres en el contexto de la pareja, me parecía positivo hablar de violencia machista en otros contextos.
Para aclarar ideas, hoy he abierto el debate en mi muro de Facebook. A continuación publico, con su consentimiento, algunas opiniones que resumen en gran medida lo que quiero exponer en este artículo:
María Almansa Sánchez: Yo creo que no da igual, porque le pegaron por mujer, por negra y por prostituta, son tres cosas a visibilizar.
Ander Izagirre: Si el hecho de ser inmigrante y prostituta supone una posibilidad mayor de ser agredida, de ser más vulnerable, eso hay que explicarlo. Hay que llamar la atención sobre ese hecho.
Carmen Romero Bachiller: Creo que la cuestión es aclarar lo invisibilizado. ¿Por qué se nombra el hecho de que sea prostituta y negra y no se dice que el maestro de artes marciales tiene nacionalidad española y es blanco? ¿El hecho de que se identifique a la víctima como prostituta y negra la deshumaniza de alguna forma y matiza su estatus de víctima? ¿Cómo se construye la “humanidad” del profesor de artes marciales en contraposición? Quizá se podría incidir en la categorización, pero responsabilizándonos de ella, quiero decir, la forma en que el hecho de que sea negra y prostituta intersecta con el hecho de ser mujer y cómo eso la construye como menos relevante en una sociedad racista y sexista.
Juncal Martínez de las Heras: Creo en la necesidad de visibilizar la prostitución, porque me parece terrible que se busquen víctimas invisibilizadas: no es lo mismo ponerte a matar a clientes del gimnasio que a prostitutas invisibles.
Joana García Grenzner: En este caso tanto el origen como la profesión son relevantes, porque explican su mayor vulnerabilidad a la violencia machista: por las barreras de la ley de extranjería, por un lado, y por la estigmatización y la indefensión que viven muchas prostitutas (paradójicamente, desde la visión salvacionista). Y estos factores deberían abordarse de alguna manera en el texto. Otra cosa sería destacar, en caso de que el agresor fuera migrante, su origen en el titular, porque implícitamente se relacionaría el hecho de ser de otro país con la predisposición al machismo, como suele pasar. O decir que las migrantes son más vulnerables a la violencia porque vienen de culturas machistas….
Como dice Ander, el papel del periodismo consiste en explicar a la ciudadanía qué está pasando y por qué. Por tanto, no se trata sólo de informar sobre crímenes machistas, sino de aportar datos y reflexiones que permitan a las personas entender por qué la violencia contra las mujeres es un problema social estructural. Un elemento fundamental para explicar la violencia son las relaciones de poder. A menudo se retrata a los agresores como seres con impulsos incontrolables, que mataron o violaron en un arrebato. Pero, como dice Juncal, si la violencia no tuviera que ver con esas relaciones de poder, el maestro shaolín podría haberla tomado con algún cliente que no pagase su cuota mensual. ¿Es casual que, por lo que sabemos, haya elegido como víctimas a mujeres, que además son inmigrantes y se dedican a una profesión estigmatizada? Como dice Carmen, lo cierto es que las vidas de estas mujeres, en una sociedad sexista, clasista y racista, son menos relevantes, valen menos.
De la misma forma que importa que las víctimas fueran mujeres, inmigrantes, negras y prostitutas, importa que el agresor sea hombre, autóctono, blanco y empresario. De la misma forma que todas las mujeres estamos expuestas a ser víctimas de violencia machista, pero elementos como la procedencia o el color de la piel implica mayor vulnerabilidad e indefensión, hay que recordar que no existe un perfil de agresor (contra el prejuicio de que se trata básicamente de inmigrantes, toxicómanos o locos), pero que cierta posición social puede acentuar el desprecio hacia las personas que considera inferiores, y le situará en posición de ventaja en un proceso judicial.
¿Qué ocurre? Que medios como El Correo no explican esas cosas, sino que el enfoque, como ocurrió como Diego Yllanes, asesino de Nagore Laffage, o en el del atleta Pistorius, se reduce a “cómo es posible que un hombre de bien resulte ser un asesino”. Cuando nos hacemos esa pregunta obviando el machismo (reforzado por el racismo o el clasismo), las respuestas suelen llevar a reforzar prejuicios e incluso justificar al agresor. En el caso de Yllanes, escuchamos que Nagore amenazó con destrozar su carrera y el pobre psiquiatra se asustó y reaccionó quitándosela de encima. En las tertulias televisivas se habló de que Pistorius tal vez estuviera acomplejado por su discapacidad. Cuando los medios no encuentran una explicación peregrina de este tipo, queda el comodín: la enfermedad mental o la psicopatía, como ocurrió con Jose Bretón, “el monstruo de las Quemadillas”.
El despiece de El Correo sobre el agresor empieza con esta frase: “Nada parecía indicar que Juan Carlos Aguilar podía ser algo más que un respetado maestro shaolín”. Y termina así: “Ahora hay que averiguar el motivo que llevó a este monje guerrero, que en la época de la entrevista decía practicar la castidad, a maniatar a una prostituta en un gimnasio en el que, al parecer, guardaba restos humanos. Lo que está claro es que, en algún momento, se desvió del iluminado camino del monje guerrero”. En el debate en mi Facebook, Ander comenta: “Justo lo dijo el otro día Lucía Martínez Odriozola: cuando lee un texto que empieza así, piensa que las apariencias no indican nada y que esos comentarios son una mierda”.
Y si el miedo de decir que la víctima era prostituta y africana es que despierte menor indignación y movilización social, el reto será hacer un periodismo que denuncie la existencia de ciudadanas de primera y de segunda
Es imprescindible que las y los periodistas revisen sus propios prejuicios. Hace unos minutos he hablado en calidad de integrante de SOS Racismo con una redactora, que me ha preguntado, al hilo de este caso, sobre la situación de las mujeres inmigrantes que se dedican a la prostitución. Estaba muy interesada en hablar de mafias. A mí me parece que hoy toca hablar de los machistas autóctonos. No ha sido una mafia nigeriana la que ha dejado a esta mujer al borde de la muerte. No son las mafias las únicas responsables de que una mujer negra, inmigrante y prostituta sea un blanco fácil de agresiones.
Desde el asesinato de Ana Orantes, caso que siempre se cita como punto de inflexión, la violencia machista se considera noticia. Esto es un avance importante. Pero la única forma de que la ciudadanía entienda por qué un asesinato de una mujer a manos de un hombre es un fenómeno diferente que el de un hombre asesinado por una mujer, es relacionar los crímenes machistas con el resto de formas de desigualdad de género, discriminación y violencia sexista. Mostrar que son esas pequeñas agresiones machistas cotidianas que pasan desapercibidas, cuando no normalizadas y promovidas, las que explican que vivimos en una sociedad en la que asistimos a un goteo incesante de mujeres asesinadas por hombres. No me extraña que se hable de “la lacra” de la violencia de género, como si se tratase de una epidemia que hemos tenido la desgracia de padecer, pero que no sabemos ni por qué ha aparecido, ni cómo se extiende, ni mucho menos cómo erradicarla.
Y en ese trabajo de explicar la violencia machista, es importante tener una perspectiva interseccional. La consigna de que lo único importante es que los agresores son hombres y las víctimas mujeres, no contribuye a entender las relaciones de poder que intervienen. Y decir sólo que era “una mujer” invisibiliza las situaciones específicas que viven ‘las otras’, las que quedan excluidas del sujeto singular ‘mujer’: las negras, las inmigrantes, las trabajadoras del sexo, las trabajadoras del hogar, las diversas funcionales, las ancianas, las transexuales.
Y si el miedo de decir que la víctima ejercía la prostitución y era africana es que entonces sea percibida como una de “las otras” y por tanto provoque menor empatía, indignación y movilización social, pues ahí nos encontramos con otro reto, hacer un periodismo que denuncie la existencia de ciudadanas de primera y de segunda categoría (y de personas a las que incluso se les niega la condición de ciudadanas). Que hable de la realidad de las mujeres en situación de exclusión social, pero no reduciéndolas a pobres víctimas, sino mostrándolas como sujetas de derechos. Un periodismo que, en vez de dedicarse a humanizar a los agresores, ponga cara y dé voz a las víctimas.
El Correo acaba de publicar que la mujer que está en coma se llama Ada y tiene 29 años. Sigue muy grave. Cuando las víctimas de violencia machista importen como han importado otro tipo de víctimas en nuestro país, cuando periódicos de referencia como El Correo se tomen en serio su papel en la construcción de una sociedad libre de sexismo, de la misma forma que se implicaron contra el terrorismo, tal vez el fin de de la violencia machista esté más cerca.

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